El contexto social actual está estructurado en base a modelos ideológicos de éxito que nos sumergen en rutinas que exigen el control de las emociones y las impresiones. Muchas veces, estos modelos no le permiten a la persona hacer una pausa en sus esfuerzos de crecimiento profesional y social para trabajar la aceptación y el afrontamiento adecuado de dificultades emocionales.
Cuando se afrontan conflictos profundos de manera rápida y sobre controlada, la persona no se permite la aceptación y expresión de las emociones que siente. En cambio, se reprimen estas manifestaciones afectivas en un intento de superar la situación de manera rápida y así continúar con la vida, los planes y los deberes. Sin embargo, las emociones que no se expresan no mueren, sino que se mantienen latentes hasta manifestarse más adelante, muchas veces de manera inesperada, distinta y exacerbada.
Nuestras experiencias afectivas y psicológicas no pueden separarse totalmente de nuestras experiencias físicas. En muchas ocasiones, el cuerpo actúa como un medio para la expresión de las emociones que la persona percibe como abrumadoras o cuya expresión ha reprimido; a esta manifestación se le conoce como somatización. Esta condición se define como la presencia de quejas, preocupaciones o síntomas físicos que no tienen una explicación médica o biológica, y que pueden estar asociados a dificultades psicológicas.
Condiciones psicológicas como la ansiedad, la depresión, el estrés, experiencias traumáticas, y otros conflictos emocionales y relacionales se encuentran asociadas a afecciones físicas. Algunas de las manifestaciones físicas vinculadas a conflictos psicológicos más comunes son:
- Afecciones cardiovasculares, como hipertensión, hipotensión y dificultades del ritmo cardíaco;
- Cefaleas, comúnmente conocidas como “dolores de cabeza”;