A pesar de las contradicciones internas de las fuentes judeocristianas acerca del hombre y de la mujer, bien conocidas, queremos recoger algunos principios positivos que refuerzan la lucha histórica de los hombres y de las mujeres hacia un equilibrio de los géneros.
a) Igualdad originaria entre hombre y mujer:
Este principio está clarísimo en la primera página de la Biblia, en el libro del Génesis: “Dios creó al ser humano a su imagen, macho y hembra los creó” (1,27). En el segundo Testamento, centrado en la figura de Cristo se dice: “no hay hombre ni mujer, todos son uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28).
b) Diferencia y reciprocidad entre hombre y mujer:
Dentro de la igualdad de origen, se instaura la diferencia, entendida como apertura del uno al otro, es decir, como reciprocidad. El relato más arcaico del Génesis (2,18-23), de tendencia general fuertemente masculinizante, acentúa esa reciprocidad. Eva, aunque sacada de la costilla (lado) de Adán, es presentada no como la mujer con quien éste va a tener hijos, ni como sierva de la casa, sino como su vis-à-vis e interlocutora. El modismo hebreo para expresar esa mutualidad viene expresado por las palabras de Adán: “he aquí alguien que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn 2,24). El mismo Pablo podía expresar así la reciprocidad: “el marido cumpla el deber conyugal para con la mujer y, igualmente, la mujer para con su marido” (1Cor 7,4).
c) Hombre y mujer, caminos hacia Dios.
Si el hombre y la mujer son imagen y semejanza de Dios significa que Dios puede ser encontrado en ellos. Profundizando el conocimiento de lo humano, masculino y femenino, sorprendemos a Dios cuya naturaleza presenta las cualidades positivas de los principios masculino y femenino.
En términos rigurosos de la teología, cuando decimos Dios-Padre no decimos una cosa diferente a cuando decimos Dios-Madre. Por padre y madre pretendemos expresar teológicamente que la vida y la creación entera tienen su origen en Dios y se encuentran siempre bajo el cuidado y providencia amorosa de Dios. Esto puede ser perfectamente expresado por la categoría padre o madre. Por lo tanto, tenemos siempre un camino abierto hacia Dios, por la vía de lo masculino y por la vía de lo femenino. Disminuyendo el valor de la mujer tenemos una imagen distorsionada de Dios. Si nos limitamos exclusivamente al hombre encontramos no un padre amoroso sino un juez justiciero. Destruyendo lo humano perdemos a Dios. Perdiendo a Dios, perdemos el sentido último de todas las cosas.
d) Hombre y mujer, caminos de Dios.
La imagen (ser humano) remite al modelo (Dios). Si Dios mismo tiene dimensiones masculinas y femeninas, es porque bajo esa forma Él se ha revelado y auto-comunicado en la historia. Emerge como una energía creadora primordial, como el padre que acompaña y protege o como la madre que cuida y consuela, madre que no puede olvidar al hijo de sus entrañas (Is 49,15, Sal 25,6, 116), y que, al término de la historia, como la grande y generosa Magna Mater enjugará nuestras lágrimas, cansados de tanto llorar por los absurdos que no entendemos (Ap 21,4). Lo femenino y lo masculino son caminos de Dios hacia nosotros.
Hay todavía una manera de nombrar a Dios en el cristianismo que es en forma de Trinidad de divinas Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las Personas significan relaciones de reciprocidad, de comunión, de mutualidad, de inclusión, en una palabra, de amor. Dios emerge como un juego de energías originarias y eternas que sólo existen en la medida en que coexisten, son una para la otra, con la otra, por la otra y jamás sin la otra. Ninguna de ella puede ser tomada en sí sin las otras. Donde está una están simultáneamente las otras. Es lo que la teología llama pericóresis, vale decir, la inter-retro-relación e interpenetración de las Personas divinas entre sí. Ya no es el monoteísmo de los judíos y musulmanes, pre-trinitario. Es el monoteísmo trinitario cristiano. Él funda otro tipo de unidad divina, no dada previamente, sino construyéndose siempre mediante el juego de las reciprocidades e inclusiones. Por eso decimos que la esencia íntima de Dios no es la soledad del Uno sino la comunión de tres Únicos (el único no se suma) que mediante su relación recíproca se unifican en un único Dios-amor-relación.
A nivel existencial cuando decimos Trinidad, en el fondo queremos decir: al Dios que está por encima de nosotros lo llamamos Padre, al Dios que está a nuestro lado lo llamamos Hijo y al Dios que está dentro de nosotros lo llamamos Espíritu Santo. No son tres dioses (porque cada Persona es única y por eso no puede ser sumada), es el único y el mismo Dios que, a nivel existencial, se revela así y así es experimentado.
Por haber en Dios diversidad y unidad, su imagen en el mundo, el hombre y la mujer, serán también diversos y unos, siendo imposible pensar lo femenino sin lo masculino y lo masculino sin lo femenino.
e) Hombre y mujer en Dios
Por más que estén firmemente imbricados uno en el otro y se busquen insaciablemente, el hombre y la mujer no encuentran la respuesta a su vacío abisal en esa relación recíproca. En ellos hay un vacío infinito que sólo el Infinito de Dios puede llenar. Ambos, pues, son llamados a auto-trascenderse en dirección al Infinito que los puede realmente saciar. En Él descansan y se pierden hacia el infinito Amor y la radical Ternura. Es la patria y el hogar de la completa identidad y de la total realización. Lo femenino encontrará lo Femenino fontal y lo masculino lo Masculino abismal. Se dará lo que todos los mitos narran y todos los místicos testimonian: los esponsales definitivos, la fiesta eterna, la fusión del amado y de la amada en el Amado y la Amada transformados, según la expresión de San Juan de la Cruz.